martes, 1 de marzo de 2005

El camino de los ingleses (Antonio Soler)

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Y luego su olor en las sábanas en mitad de la noche, persiguiendo en la yema de sus dedos el rastro de ella, desgastando los restos del olor a fuerza de aspirarlos.

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Así iban transcurriendo las semanas del verano, con los paseos y las manos pasando sobre las hojas venenosas de las adelfas, los besos en las esquinas y el amor furtivo, con la promesa de los versos y los sueños imposibles. Aplazando siempre la conquista del mundo para mañana.

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Y los pétalos de su juventud adornaron para siempre la alfombra de adoquines viejos y asfalto cuarteado de aquel barrio. Pero eso fue mucho tiempo después, cuando aquel verano de nuestras vidas quedó perdido para siempre y nosotros no fuimos más que un eco de nombres a los que era difícil ponerles cara.

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Pensé que quizá pueda llegarse a lo más hondo de uno mismo describiendo aquello que nuestros ojos han visto en vez de ese otro terreno, pantanoso y siempre alumbrado de claroscuros y penumbra, en el que vive nuestro corazón. También nuestro pensamiento. Pensé que somos el paisaje por el que transcurren nuestras vidas, poco más.