martes, 31 de enero de 2006

Verás el cielo abierto (Manuel Vicent)

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Tal vez no voy a tener el valor de levantar la tapa de la quesera, con la que trato de proteger mi alma de las moscas, a no ser que la escritura desate el nudo asentado en el diafragma.

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Los delfines duermen sólo con la mitad del cerebro. La otra mitad debe permanecer en vigía para salir a flor de agua cada cinco minutos para respirar. Es toda una lección para no morir que uno puede aplicarse.

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¿Qué es el tiempo? Responder a esta pregunta filosófica es muy sencillo: el tiempo es cada arruga del rostro, la amargura de la sonrisa, el cansancio de la mirada, la sensación de que ya se ha vivido bastante y que hay que acabar.

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Una ciudad deja de existir cuando en ella ya no amas a ninguna mujer.

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Como un espejo voraz que destruyera las imágenes a medida que las reflejaba, como la vida ha hecho con mi cuerpo, también con mi alma, el tiempo ha borrado estos lugares o los ha transformado.

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(…) más allá de cualquier ideología política siempre he considerado que esas gentes me robaron el paraíso, lo ordenaron, lo llevaron a la notaría y se lo apropiaron.

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Aquellos compañeros de colegio tan alegres, ¿adónde habrán ido a parar?, las dulces niñas de faldas tableadas y zapatos planos, ¿en manos de qué infame mastuerzo habrán caído?, ¿cuántas de aquellas chicas que fueron las primeras en cambiar los leotardos y la falda escocesa con el imperdible por los vaqueros, en liberarse del sostén y en abrazarse a su novio en la moto, aquellas que se rebelaron contra su destino, habrán muerto sin haber conocido una pasión?, ¿en qué pesebre de la derecha comerán y abrevarán ahora, después de haber adorado el corazón de Mao o asaltado el Palacio de Invierno, aquellos muchachos que querían cambiar el mundo?

sábado, 21 de enero de 2006

Tierras de cristal (Alessandro Baricco)

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Porque es así como te fastidia la vida. Te pilla cuando todavía tienes el alma adormecida y siembra en su interior una imagen, o un olor, o un sonido que después ya nunca puedes sacarte de encima. Y aquélla era la felicidad. Lo descubres después, cuando ya es demasiado tarde. Y ya eres, para siempre, un exiliado: a miles de kilómetros de aquella imagen, de aquel sonido, de aquel olor. A la deriva.

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Simplemente, sin que ni un solo rasgo de su rostro se moviera, y absolutamente en silencio, empezó a llorar, de ese modo que es un modo bellísimo, el secreto de unos pocos: los que lloran sólo con los ojos, como vasos llenos hasta arriba de tristeza, impasibles hasta que aquella gota de más al final los vence y se desliza por los bordes, seguida después por otras mil, y permanecen inmóviles allí mientras les cae encima su exiguo fracaso.

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El sexo borra pedazos de vida que uno no es capaz de imaginarse. Quizá sea estúpido, pero la gente se abraza con ese extraño furor ligeramente pánico y la vida sale de él estrujada como un papelito apretado en un puño, escondido con un gesto nervioso de temor. Un poco por azar, un poco por fortuna, desaparecen en los pliegues de esa vida apelotonada jirones de tiempo dolorosos, o cobardes, o nunca comprendidos. Así es.

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(…) estamos aferrados al tiempo, ésa es la verdad, porque el tiempo numera los conatos de ser que somos, minuto a minuto…

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(…) "leer" no es otra cosa que mirar fijamente un punto para no ser seducidos, y destruidos, por el incontrolable deslizarse del mundo. No se leería, nada, si no fuera por miedo. O para aplazar la tentación de un incontrolable deseo al que, se sabe, no sabremos resistirnos. (…) Un libro abierto siempre es el certificado de la presencia de un infame -los ojos clavados en aquellas líneas para no dejarse robar la mirada por el ardor del mundo -las palabras que una a una comprimen el fragor del mundo en un embudo opaco hasta hacerlo gotear en pequeñas formas de cristal que se llaman libros -la forma más refnada de batirse en retirada, ésa es la verdad. Una porquería. Pero: "dulcísima". Esto es importante y será necesario recondarlo siempre, y transmitirlo, cada vez, de enfermo a enfermo, como un secreto, el secreto, que nunca desaparezca en la renuncia de alguien, que sobreviva para siempre por lo menos en la memoria de un alma agotada, y allí resuene como un veredicto capaz de acallar a quien sea: leer es una porquería dulcísima.

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¿Quién puede comprender nada de la dulzura si nunca ha reclinado su propia vida, la vida entera, sobre la primera línea de la primera página de un libro?

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(…) cuando la gente te diga que te has equivocado… y tengas errores por todas partes a tus espaldas, que te la sople. Recuérdalo, que te la sople. Todas las bolas de cristal que habrás roto no eran más que la vida… ésos no son errores… es la vida… y la vida verdadera tal vez sea precisamente la que se rompe, esa vida entre cien que al final se rompe…… yo esto lo he comprendido, que el mundo está repleto de gente que va por ahí con sus pequeñas canicas en el bolsillo… sus pequeñas y tristes canicas irrompibles… así que tú, pues, no dejes nunca de soplar en tus esferas de cristal… son hermosas (…) …no abandones nunca… y si un día estallan, eso también será la vida, a su manera… una maravillosa vida.

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(…) la vida es esencialmente incoherente y la previsibilidad de los acontecimientos un ilusorio consuelo.

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(…) al final hay siempre un mar en el que desembocar, para cualquier río…

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Pero cuando te entran esas ganas enloquecidas de llorar, que te estrujan entero, que no consigues detener, entonces no hay manera de balbucir ni una sola palabra, no te sale nada, todo se te vuelve para atrás, todo dentro, engullido por esos malditos sollozos, naufragado en el silencio de esas estúpidas lágrimas. Maldición. Con todo lo que uno quisiera decir… Y, en cambio, nada, no sale nada.