La increíble y triste historia de la cándida Eréndira y su abuela desalmada (Gabriel García Márquez)
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…pero mientras más evocaba al marido muerto más le borboritaba y se le volvía chocolate la sangre en el corazón, como si en vez de estar sentada estuviera corriendo, empapada de escalofríos y con la respiración llena de tierra…
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La hinchazón le reventó los cordones de las polainas y las costuras de la ropa, los dedos se le amorcillaron por la presión de las sortijas, se puso del color del venado en salmuera y le salieron por la culata unos requiebros de postrimerías, así que que todo el que había visto un picado de culebra sabía que se estaba pudriendo antes de morir y que iba a quedar tan demigajado que tendrían que recogerlo con una pala para echarlo dentro de un saco…
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