La amante de Bolzano (Sandor Marai)
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Un hombre que no necesita demostrar nada a los demás con palabras altisonantes ni con su espada, que no necesita cantar como un gallo, que no pide más ternura que la que el mismo es capaz de ofrecer, que no busca ni a una madre ni a una amiga en las mujeres, que no quiere refugiarse en los brazos del amor ni detrás de las faldas de las mujeres; un hombre que únicamente desea dar y recibir, sin prisas, sin ansiedad, por que ha entregado toda su vida, todas sus energías, todas las luces de su mente y todos los músculos de su cuerpo a la atracción de la vida misma: ese hombre es un fenómeno verdaderamente rarísimo.
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La razón es una arma sin fuerza ni posibilidades de victoria en el duelo de los sentimientos.
- 177 -
Hay que reconciliarse con la idea de que no amamos a nadie por sus cualidades o sus defectos, por su belleza, por ejemplo, y, por más extraño que parezca, ni siquiera por su fealdad, su joroba o su pobreza; simplemente lo amamos porque en el mundo rige una voluntad en tal sentido, una voluntad cuyo contenido exacto somos incapaces de decubrir, una voluntad que quiere hacerse valer de manera espontánea, para que el mundo pueda renovarse en su espiral eterna; una voluntad que toca las almas y los corazones con una fuerza terrible y según un criterio incomprensible, que hace funcionar las glándulas y que nubla hasta las mentes más brillantes.
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Todos nos volvemos sabios en los momentos inesperados y verdaderos de la vida, cuando reconocemos las sorpresas y los cambios.
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(…) hay un fuego y una pasión que no están alimentados por el hechizo del momento, por los sentidos o la curiosidad, por la egolatría o la ambición; (…) un fuego fatal en la vida humana cuyas ascuas no pueden ser extinguidas ni por la rutina ni por el aburrimiento, ni por la satisfacción ni por la curiosidad coqueta, por nada en el mundo; un fuego cuyas ascuas no podemos extinguir ni nosotros mismos.
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Hay dos antídotos divinos que pueden ayudarnos a soportar el veneno de la realidad sin que tengamos que morir antes de tiempo: la razón y el escepticismo.
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