La historia del amor (Nicole Krauss)
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Lo único que quiero es no morirme un día en que nadie me haya visto.
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Mi corazón es débil y poco fiable. Cuando me muera, será del corazón. Procuro castigarlo lo menos posible. Si presiento que algo ha de afectarlo, lo desvío haci otro sitio. El vientre, por ejemplo, o los pulmones, que pueden colapsarse un momento, pero siempre vuelven a tomar aliento. Las pequeñas humillaciones coditianas, por ejemplo, si al pasar por delante de un espejo me veo la cara de improviso, o estando en la parada del autobús unos chavales se acercan por detrás y dicen "¿No hueles a mierda?", suelo encajarlas con el hígado. Otros ataques los dirijo hacia distintos puntos. El páncreas lo reservo para la nostalgia de todo lo perdido. Es verdad que es un órgano muy pequeño para tantas cosas. Pero te sorprendería lo mucho que puede aguantar, lo único que siento es un dolor agudo, pero pasa enseguida. A veces imagino mi propia autopsia. Decepción que provoco en mí mismo: riñón derecho. Decepción que provoco en los demás: riñón izquierdo. Fracasos personales: tripas. No pretendo haber hecho de eso una ciencia. Tan bien estudiado no lo tengo. Tomo las cosas como vienen. Es sólo que he observado cierta pauta. El día en que se atrasan los relojes y oscurece antes de lo que yo esperaba, eso, por razones que no puedo explicarme, lo noto en las muñecas. Y cuando me despierto con los dedos yertos, es casi seguro que estaba soñando con mi niñez. (…) Dedos yertos, así vuelve a mí, al final de mi vida, el sueño de mi niñez. He de ponerlos bajo el chorro de agua caliente, el vapor empaña el espejo, fuera hay revuelo de palomas. Ayer vi a un hombre dar un puntapié a un perro, y lo sentí detrás de los ojos. No sé como llamarlo. Es el sitio que está antes de las lágrimas. El dolor del olvido: las vértebras. El dolor del recuerdo: las vértebras. Todas las veces en que, de pronto, me doy cuenta de que mis padres han muerto, porque aún hoy me sorprende estar en este mundo cuando lo que me creó ha dejado de existir: las rodillas, y necesito medio tubo de lilimento y muchos sudores sólo para doblarlas. Cada cosa tiene su momento, y cada vez que, al despertar, he caído en el error de creer por un momento que a mi lado dormía alguien: una hemorroide. La soledad: no hay órgano que pueda asimilarla toda.
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Aquel espacio estuvo vacío mucho tiempo. Quizás años. Y cuando al fin volvió a llenarse, tú sabías que el nuevo amor que sentías por una mujer hubiera sido imposible sin Alma. De no ser por ella, nunca hubieras tenido ese espacio vacío ni sentido la necesidad de llenarlo.
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…la "irreconciliable contradicción de ser animales condenados a tener concienca de sí mismos y entes morales condenados a tener instintos animales".
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“Son tantas las palabras que se pierden… Salen de la boca, se atemorizan y vagan sin rumbo hasta que son barridas a la cuneta como hojas secas. Los días de lluvia puede oírse su coro que se alja veloz.
YoerabonitaNotevayastelosuplicoTambiényocreoquetengoelcuerpodecristal
NuncahequeridoanadiemásqueatiYomeencuentrodivertidaPerdóname…
Hubo un tiempo en que era normal ensartar las palabras en un hilo para guiarlas y evitar que se extraviaran por el camino hacia su destino. Los tímidos solían llevar un carrete en el bolsillo, pero la gente pensaba que también lo necesitaban los audaces que hablaban a gritos, porque muchas veces los que están habituados a ser oídos por muchos no saber hacerse oír por uno solo. La distancia física entre dos personas que estuviesen usando el hilo no tenía por qué ser larga; a veces, cuanto más corta la distancia más necesario era el hilo.
(…) A veces no hay hilo que sea lo bastante largo para que uno pueda decir lo que debe. En tales casos, lo único que puede hacer el hilo, cualquiera que sea su forma, es conducir el silencio de una persona.”
(…) A veces no hay hilo que sea lo bastante largo para que uno pueda decir lo que debe. En tales casos, lo único que puede hacer el hilo, cualquiera que sea su forma, es conducir el silencio de una persona.”
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Y sin embargo. Cuando terminó, yo había sido iniciado en el misterio que marcaa el principio del fin de la infancia. Tardaría años en agotar toda la alegría y el dolor que nacieron en mí en aquel medio minuto escaso.
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Y es que en el mundo existen dos clases de personas: las que prefieren la tristeza en compañía y las que prefieren la tristeza en soledad.
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Ahora que la mía casi ha terminado, puedo decir que, para mí, lo más asombroso de la vida es la capacidad de cambio. Un día eres una persona y al día siguiente te dicen que eres un perro. Al principio se te hace duro, pero luego aprendes a no considerarlo una pérdida. E incluso llega un momento en que sientes euforia al descubrir lo poco que necesitas que permanezca igual para seguir empeñado en ese esfuerzo al que llaman, a falta de una palabra mejor, ser humano.
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