viernes, 29 de diciembre de 2006

El sueño del caimán (Antonio Soler)

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Dentro de mí hay un río. Un flujo lento que en su superficie lleva troncos de árboles, imágenes de otro tiempo.

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La memoria también es un río, una corriente que lo arrasa todo cada vez más lejos. Luego el propio río desaparece y en la tierra queda un surco, una cicatriz. A veces sentimos cómo aguas subterráneas nos recorren lentamente y no sabemos de donde proceden ni qué camino siguen.

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En mi cerebro a veces sólo hay un desierto. Un lugar en el que no hay viento ni vida. Una casa vacía con los postigos muertos. Me siento en medio de esa casa y oigo la chicharra lenta, casi audible, de mis huesos.

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Los verdugos caminan en la noche y no entienden de perdón ni de autoridad ni de democracia ni de libertad. La muerte elige, no discute.

miércoles, 27 de diciembre de 2006

Los girasoles ciegos (Alberto Méndez)

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Superar exige asumir, no pasar página o echar en el olvido. En el caso de una tragedia requiere, inexcusablemente, la labor del duelo, que es del todo independiente de que yaha o no reconcialiación y perdón. En España no se ha cumplido con el duelo, que es, entre otras cosas, el reconocimiento público de que algo es trágico y, sobre todo, de que es irreparable. Por el contrario, se festeja una vez y otra, en la relativa normalidad adquirida, la confusión entre el que algo sea ya materia de historia y el que no lo sea aún, y en cierto modo para siempre, de vida y ausencia de vida. El duelo no es ni siquiera cuestión de recuerdo: no corresponde al momento en que uno recuerda a un muerto, un recuerdo que puede ser doloroso o consolador, sino a aquel en que se patentiza su ausencia definitiva. Es hacer nuestra la existencia de un vacío.
Carlos Piera, "Introducción" a Tomás Segovia: En los ojos del día: antología poética.

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Cuando algo es inexplicable, aventurar una razón plausible es lo mismo que mentir porque los que necesitan administrar verdades suelen llamar a la confusión mentira.

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Tuvo que reconstruir el camino de las caricias de añtaño y jadear quedamente para atraer las pasiones enterradas en los rincones del miedo. Ayudó a que las manos (…) emprendieran la búsqueda de sus secretos y terminó arrodillándose para llamar con los labios el vigor que se escondía bajo todas las tristezas.

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En alquel ovillo de moralidades, el cuerpo estaba proscrito y las sensaciones que a través de él percibíamos eran buenas si eran fruto del dolor o, a nada de placer que produjeran, eran malas. La salud tenía que ver con el sacrificio mientras que la enfermedad sobrevenía siempre por la satisfacción de los instintos.