domingo, 20 de mayo de 2007

Unos labios dicen (Elena Martín Vivaldi)

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LLUVIA

Si la lluvia, manual de nostalgias,
abre su gris presencia.
Si la lluvia recorre los caminos,
si llama con nudillos a las puertas,
si gotea en los cristales,
si acompaña, en silencio, a los amantes,
si apacigua al quellora
y deja su almohada a los enfermos;
si consuela al que triste,
si venda las heridas.
Yo la pido
y la llamo,
aunque luego mi ensueño
se deshaga en cristales.

- 59 -

PRESENCIA EN SOLEDAD

Tú puedes decir que no, y esconderte,
tapiar todas las puertas,
suprimir las rendijas por donde intente, pálido,
filtrarse el sol desnudo de mi vida.
Tú puedes huir del fondo de mi sueño
y evadirte de la sincera magia del recuerdo imborrable,
mientras todas la manos se tienden al vacío.

Tú puedes decir que no.
Leer un largo libro y, sin pensarme,
quitar el polvo gris de mi otra sombra,
estrujarme, crujirme entre los dedos
fieles de tu memoria,
dejando sólo el polen de mi ausencia,
junto con la ceniza y el despojo final de tu cigarro.

Bien. Tú puedes decir que no,
pensar que no fue nada,
que tú y yo nunca fuimos esa música
oculta en los rincones de la ciudad dormida.
No creer en mi beso,
figurártelo lívido, sin vida,
sin oír que, fantasma, te humedece los labios
y te los hace míos cuando hablas.
(...)

Tú puedes decir que no,
que no es mi sangre
el tic-tac del reloj de tu mesa de noche,
ni son mis ojos todas las estrellas,
ni que mis manos son todos los ríos,
que ni mi llanto son todas las puertas
temblando por la noche.

Tú puedes decir que no.
Pero yo sé que soy ese ritmo que de pronto estremece
tu voz cuando la besas,
y que estoy en la mirada errante de tus ojos,
apartados de la sonora curva de su boca.
Pero tú puedes andar por las calles,
-las calles donde nunca habré estado-
usar tu misma voz y la sonrisa,
leer el mismo libro o quizá
otro libro cualquiera,
mientras mi sangre se finge una luz última
sobre el silencio íntimo de la nieva en mi tarde.

Tú puedes decir que no, y sin decirlo,
tener un no redondo en tus palabras.
Las palabras que dices ahora cuando vas y la miras,
esas palabras que le vas entregando una a una
cubriendo su almohada de azahares cumplidos
y tejiendo con ellas tu amor ¡ay! sí, por ella,
desnunando a tu noche de luna y pasiones.
Pero dentro de no cerrado y en su círculo
estarán las palabras -otras-
que nunca me ofreciste.

Pero tú ya no puedes,
yo sé que tú no puedes
borrar todas las letras de lo que ya está escrito
sobre los almanaques de una fecha.
Tú puedes decir que no,
negar, negar tres veces,
tres veces multiplicadas por tres veces,
y de todas las sumas,
saldrá un número exacto
y se quedará siempre aquí en tus manos,
sin que puedas restarle la evidencia
de lo que fue y es tiempo.
Un tiempo que es el mismo,
un ahora despierto, un que te persiga,
haciendo de tu sombra
la doble circunstancia de tu paso.

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CUARTO MENGUANTE

Y qué día, hoy sí, qué día más y más piedra
y triste.
¡Me instó tanto la muerte!
Y no puedo. No he podido comprender por qué se muere,
ni he querido adivinar por qué se vive,
para luego volverse irremediablemente nada.
Ni tampoco entiendo ese no-amor (no-vida).
Vivir en soledad de amor: primera muerte.

Porque la luna sale. Sale y crece. Luna,
la luna llena, alta, sola.
Y decrece.
Pero vuelve, renace, grande y llena,
qué inmensa en su mirada.
Pero la muerte es muerte. Y nadie explica
por qué, aquí, estoy pensando, escribo, miro
la luna, y otro día, otro día,
todo termine y siga, siga, no estando yo,
siga la vida, y siga recta, ciega en su ritmo.
Igual la luna, igual amor, el beso la nostalgia,
igual la voz, el agua, río, el viento;
los árboles, la luz. La rama
y amarilla.
Nubes, cielo.
Igual la estrella, mundo, labios, aire.
Igual todo, la risa, lluvia, el llando.
(Y haya quien diga "fue".
Signo implacable, ausencias, negaciones.)

Sí, qué día más gris,
gris-triste, triste y gris,
desconsoladamente inmenso, negativo.

Y puede que la luna
-¡ay, esta noche!...
sienta,
mecida en su menguante,
un temblor de recuerdo
inexplicable.

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